Por Jorge Raventos
El gobierno está pagando sus chapucerías de gestión política con una caída en las encuestas que preocupa a todos los socios de Cambiemos y, más allá del rédito que puedan otorgarle los errores o las encuestas a las fuerzas opositoras, esas circunstancias introducen tensiones en la desigual sociedad que compone el oficialismo y acota los movimientos del partido del Presidente.
Desde unas semanas antes de triunfar y alcanzar el gobierno, Mauricio Macri descartó la idea de que el suyo fuera “un gobierno compartido”. Aclaró: “No hay cogobierno”. En todo caso, “el que conduce el gobierno pedirá o no colaboración”. Nadie puede quejarse de que Macri no haya sido claro en sus propósitos desde el principio.
Los socios quieren cogobernar
Cambiemos constituyó un modelo sui generis de coalición –“coalición parlamentaria, no de gobierno”, lo definió en algún momento Elisa Carrió-. En principio, exitosa coalición electoral. Lo cierto es que el gobierno de Macri, más allá de sus intenciones y las de su entorno más exclusivo, fue requiriendo cada vez más consultas y colaboración.
Probablemente a partir de los últimos zigzagueos y rectificaciones tardías de la Casa Rosada la coalición esté a punto de cambiar de naturaleza, porque los socios del Pro, cansados de ser convocados para apagar incendios, ya reclaman en voz alta un papel más protagónico que el de bomberos. Quieren participación en las decisiones y empiezan a pedirle al Pro el lápiz de dibujar las nóminas de candidatos. Algunos radicales citan a José Hernández: “Dentro en todos los barullos, pero en las listas no dentro”.
Ernesto Sanz, el radical a cargo de las relaciones con el Presidente, le trasmite a éste contenidamente (demasiado contenidamente para el gusto de muchos correligionarios) las inquietudes que se formulan en la UCR (y las propias). Algunos que tienen funciones que los habilitan para contactar a Macri sin intermediación, como el jefe de bloque de la coalición, Mario Negri, pasan el mensaje hasta por teléfono. El radicalismo, un partido estructurado con gimnasia de discusión interna y debate reclama más política y menos órdenes ejecutivas ideadas sin pensar en las posibles repercusiones. Los más enojados creen que el partido de Alem “pierde su identidad” bajo el mando de Macri.
La otra socia, Elisa Carrió, aunque tiene menos presiones partidarias internas que Sanz, pues reina sin disputas en su propia fuerza, hace oir sus críticas sonoramente porque así rinde cuentas a la opinión pública en la que se sostiene, cuyos sentimientos adivina y traduce: “De algunas imbecilidades a veces una se cansa- declaró esta vez- (…) “no se pueden cometer más errores (…) Necesitamos gestores serios que puedan complementar la mirada política de una toma de decisión”.
Muchos radicales comparten lo que Carrió dice, y envidian su tono levantado y la repercusión que alcanza en la Casa Rosada. “No puede ser que la única voz que se escuche (en la Casa de Gobierno) sea la de Carrió”, se quejó Julio Cobos hace algunos días, reclamando mayor protagonismo radical.
El libro de quejas radical
En el encuentro que este fin de semana organizaron los dirigentes de la UCR en Villa Giardino, provincia de Córdoba, se puso de manifiesto la crítica y el reclamo de participación que venían incubándose en el partido y que se agudizaron a partir de los últimos tropiezos gubernamentales. Nadie proponer romper la coalición, pero la mayoría quiere cambiar el contrato y muchas prácticas de su funcionamiento.
Gerardo Morales, gobernador de Jujuy y uno de los líderes más respetados, lo resumió así: “Formamos parte de una coalición, pero necesitamos que Cambiemos sea una verdadera coalición de gobierno y que la UCR ocupe el lugar que debe tener. Nuestro partido debe devolverle política al Gobierno y formar parte de la matriz de todas las decisiones nacionales”,
Lo que parece estar en discusión es la tendencia a la unilateralidad que, más allá de las invocaciones al diálogo, constituye un pecado en el que la conducción del macrismo suele incurrir. Sucedió originalmente con la designación de dos jueces de la Corte Suprema por decreto; sucedió con la aplicación de un DNU para imponer un régimen de seguros laborales que tenía media sanción del Senado y sobre el que había consenso en la Cámara Baja (de hecho, el decreto demandó un retroceso y el Congreso resolvió por ley, con ayuda de la oposición). Se repitió con el acuerdo entre el Estado y el Correo, que gambeteó los controles institucionales y las consultas (al menos con los bloques parlamentarios amigos), con el recálculo jubilatorio que provocó la incómoda sorpresa de los aliados. Y también con el tema del acuerdo salarial entre bancarios y banqueros, primero rechazado, después aceptado y ahora trasfondo de un pedido del Ejecutivo de sanciones contra los jueces que en su momento dieron la razón al gremio.
El buey solo
Todos esos casos tienen un denominador común, la voluntad de decidir “de arriba abajo”, desde el pequeño entorno presidencial, con pocas o ninguna consulta, con poco o ningún control. Y casi todos ellos terminaron en un retroceso oficial y con la consabida argumentación de que “cuando nos equivocamos, corregimos”.
La oposición sospecha que no se trata de errores, sino de la intención de actuar así y probar: “si pasa, pasa”. Los aliados, que pagan los costos cuando “no pasa”, reclaman ahora que se constituya una mesa de control político con participación de todo Cambiemos. Federico Storani lo puso en una frase en Villa Giardino: “Si el Gobierno quiere que sus legisladores levanten la mano, entonces la UCR debe estar en el lugar donde se toman las decisiones”,
Se ha señalado en esta columna: “El kirchnerismo era unilateral. Contó largamente con mayorías parlamentarias y ejerció -a menudo brutalmente- los instrumentos que le daba el poder. El oficialismo actual proclama su diferencia con ese pasado (allí se asienta el mandato que lo llevó al gobierno) pero una y otra vez olvida los acuerdos y los consensos hasta que se le vuelven indispensables”.
Los radicales quieren recordarle a la Casa Rosada que el Pro no vive aislado: tiene socios. La realidad se encarga de otros recordatorios: el macrismo no gobierna con mayoría propia (la que tiene, la obtuvo con la ayuda del electorado de otros, en el ballotage), ni cuenta con números suficientes en el Congreso, ni tiene el monopolio del “cambio”. La suma de esos mensajes exige un recálculo urgente, tanto fronteras adentro de la coalición propia como en las relaciones con el resto de los socios de la gobernabilidad, partidos, sectores sociales, fuerzas del pensamiento y del espíritu.
Ese trabajo de sintonía política fina es siempre necesario, pero se vuelve más indispensable cuanto más sigan demorando los anunciados frutos del cambio de gestión. Después de los halagos recibidos en su viaje a España y antes de presentarse ante la Asamblea Legislativa, el Presidente se encontrará con sus aliados y procurará demostrarles que tiene oído receptivo.